LA PROMISCUA

En 2019, Tinder estrenó una campaña bajo el leit motiv  #singlenotsorry; una reivindicación a disfrutar de la soltería, del sexo sin exclusividad ni compromiso. Hablamos por tanto de un público promiscuo teniendo en cuenta que, promiscuo o promiscua es aquel o aquella que tiene varias parejas sexuales.

El concepto en sí no era nada nuevo; de toda la vida de Dios se ha follado con alguien que has conocido por ahí, en un bar o en un evento cualquiera, con la intención de no ir más allá del polvo de una noche –o una mañana o una tarde–. Sin embargo, las fotografías que se escogieron para la publicidad en España –no en todos los países son las mismas– sí que llamaron mi atención.

En una se veía a dos chicas abrazadas y el lema era: Single para dejarme encontrar.

En otra había un chico y una chica, el uno frente al otro, con un fondo navideño. Ambos sostenían con la boca un extremo de cable azul –o una golosina parecida a un cable–. Era una clara referencia a la escena de La Dama y el Vagabundo en la que los dos perros comían espagueti del mismo plato y sus morros acababan chocado en un beso. Single para disfrutar cada momento.

En la siguiente había dos planos. Al fondo un chico y una chica, borrosos, bailando y delante de ellos, un chico sonriente, metido dentro de un carrito de supermercado y mirando a cámara. Single para hacer lo que quiera.

En la última, un chico sentado en la cornisa de un terrado, en el borde, al filo del vacío. La mirada directa a cámara, fija y desafiante. Single para jugar con mis propias reglas.

En sus fotografías, los hombres hacen gala de su independencia tanto con su pose, irónica y arrogante, como con el mensaje:  Hacer lo que quiera, Jugar con mis propias reglas… En las de las mujeres, ellas siempre aparecen acompañadas y en una actitud más amorosa y un texto con una tendencia más romántica: Disfrutar del momento, Dejarme encontrar...

En publicidad, ya se sabe, no hay nada gratuito y el significado de las imágenes era claro: a las mujeres, aunque juguemos a la promiscuidad, en el fondo nos va el rollo de aparejarnos.

¿Demasiado provocadora la imagen de una mujer diciendo que se acuesta con quién le da gana, que se juega con sus reglas y que se hace lo que ella quiere?

Unos meses más tarde hubo un vago intento de redención y se emparejó la foto de una chica con la frase acerca de jugar con reglas propias. Ella aparece sonriente, en compañía, de un chico, a quien abraza. Nada de desafío, todo muy acogedor, se ve a la legua que de sus reglas no saldrá nadie escaldado.

Yo creía que en el siglo XXI, la promiscuidad dejaría de ser sinónimo de comportamiento inapropiado en las mujeres, como desde siempre no lo ha sido en los hombres, pero campañas como la de Tinder me demuestran lo contrario.

Entre 2013 y 2016 la BBC Two emitió la serie “The fall”. La protagonista, la Detective Superintendente de Scotland Yard Stella Gibson, interpretada por Gillian Anderson, se traslada de Londres a Belfast para ayudar en un caso de asesinato. Desde el principio, su carácter fuerte y su posición de mando chocan con los recelos de sus compañeros hombres. Stella además se acuesta con compañeros, varios, con quienes no mantiene una relación estable y no se molesta en disimularlo. En un momento de la serie, uno de los mandos le recrimina su comportamiento. En una de las mejores escenas de la serie –temporada 1 episodio 3–, con la misma actitud que el chico de la cornisa de #singlenotsorry– Stella le responde:

Hombre folla a mujer. Sujeto hombre, verbo folla, objeto mujer. Eso está bien. Mujer folla a hombre. Sujeto mujer, verbo folla, objeto hombre. Eso no te gusta tanto, ¿no?

No. 

LA EGOÍSTA

Tengo cincuenta y siete años y no tengo ni hijos ni hijas porque nunca los he querido.

Cuando tenía veinte años no sabía que mi instinto maternal era inexistente. Pensaba: Bueno, ya veremos más adelante. 

En la treintena, mis amigas empezaron a quedarse embarazadas y mi necesidad de ser madre, esa que se supone que aflora en toda mujer en uno u otro momento, seguía desaparecida. Yo ya empezaba a sospechar. 

A los cuarenta, cuando ya se especulaba entre la familia y amistades que yo o mi pareja –y pongo el yo primero sabiendo lo que hago– no podíamos, lo verbalicé: No tengo hijos porque no me da la gana.

Y entonces vino lo peor: justificarme. Porque manifestar esa decisión, va siempre acompañada del deseo de conocer las razones por parte de los demás. Muy difícil de explicar o muy difícil de entender, porque mis motivos, en ningún caso tenían que ver con el bienestar del futuro ser, sino con el mío propio.

No tengo ganas de acabar viviendo la vida de mis hijos o hijas en lugar de la mía.

No quiero programar mi horario de trabajo, mis vacaciones o mis fines de semana en función de sus necesidades.

No quiero pasarme años  pagando calzado, ropa y carreras en detrimento de otras cosas que me interesen más a mí.

No dudo de que ser madre es una experiencia maravillosa para quien quiera vivirla, pero las hay que no lo queremos y punto. Me dicen que, al no haber sido madre, no puedo saber lo que se siente. Es verdad, de la misma manera que no sé si me hubiera encantado limpiar pescado en una pescadería o si saltar desde un avión con un paracaídas hubiera sido la experiencia más alucinante de mi vida. Mi argumento es el mismo: nunca lo he deseado. 

Ahora hay muchas más mujeres que declaran abiertamente no querer ser madres, pero la maternidad se sigue considerando como una etapa en la vida de una mujer y no es cierto; es una opción al igual que la de escoger a qué dedicarse o tener pareja o parejas o ninguna relación. 

En muchas ocasiones, durante esas charlas en las que yo exponía mis razones para no se madre, tuve que escuchar: Pero eso es ser un poco egoísta, ¿no?

¡Ay, el egoísmo! Qué poco nos pega a las mujeres pensar en nosotras mismas antes que en los demás, no sacrificar nuestros intereses, metas y tiempo en pos de nuestros padres y madres, hijos e hijas, parejas… 

En los años 90, Chanel sacó al mercado un perfume para hombres llamado Egoïste. Huele dulce y fresco, a fusión de flores y madera; a hierbas, frutas y especias. A rosa en su primer aroma para evolucionar hasta el sándalo y la vainilla que quedan flotando, como un oscuro velo ahumado. ¡Guau! ¿Verdad?

Me pregunto por qué Chanel no sacó el homónimo femenino y también, a qué olería de haber existido. En seguida me respondo que hubiera sido imposible, porque todo el mundo sabe que el egoísmo, en las mujeres, huele mal.