LA HISTÉRICA

Hysterical Literature (2012) es una obra del fotógrafo Clayton Cubitt  en la que doce mujeres leen, delante de una cámara un libro de su elección mientras tienen puesto un vibrador que las lleva al orgasmo.

Doce mujeres: Stoya, Alicia, Danielle, Stormy, Teresa, Solé, Amanda, Margaret, Marne, Janet, Toni y Fette.

Cero hombres.

Cubitt argumentó que “filmaba a mujeres en pleno orgasmo como una provocación contra los pensamientos retrógrados en un momento crucial de empoderamiento femenino”, y en respuesta a por qué no se incluía sujetos de sexo masculino, afirmó que “los vibradores no funcionan igual en los hombres que en las mujeres”. Mmmm… Vale, aceptamos pulpo como animal de compañía.

Estoy segura de que el nombre del proyecto y la elección de sujetos de sexo femenino exclusivamente, estuvo hecha a propósito, porque la histeria fue y es una condición femenina.

La descripción literal del vocablo dice “mujeres que pierden los nervios con facilidad”. Habría que ver quién lo sitúa y dónde, ese baremo de la facilidad. Supongo que los mismos piensan que en una situación similar, los hombres se ofuscan o están sobrepasados.

La palabra histeria deriva del griego hysteria que significa, mucha atención, útero. ¿Da eso alguna pista? Hasta el siglo XIX era considerada como una enfermedad que afectaba solo a mujeres y tuvo su época de apogeo, como si fuera una pandemia, en la época victoriana.

Había una lista tan larga de síntomas que hasta las lavadoras podrían haber sido diagnosticadas como histéricas. Desmayos, insomnio, dolores varios –abdominal, de cabeza, muscular o de articulaciones–, amnesia, hipersensibilidad de la piel, alteraciones digestivas, diarrea, irritabilidad, dificultad para respirar, calambres, mareos, náuseas, vómitos y, atención otra vez, “tendencia a causar problemas”. ¿Causar problemas es un síntoma? ¿Y causar problemas a quién? Adivinen ustedes mismas las respuestas.

Los remedios tampoco tenían desperdicio, porque dado que la enfermedad venía dada por los “humores del útero”, estos también estaban orientados hacia los genitales femeninos. Si la mujer estaba casada, coito. Si por el contrario estaba soltera, matrimonio para poder practicar el coito. La irrigación vaginal también se prescribían con los mismos fines que el coito y en esa misma línea, los doctores que trataban la dolencia, empezaron a practicar la estimulación manual de los genitales de la paciente hasta llevarla al orgasmo, que en términos médicos de denominaba “paroxismo histérico”. O sea que las pacientes, o sus maridos, pagaban al médico para que este las masturbara. Curioso, a las mujeres que hacían pajas a los hombres a cambio de dinero no las llamaban doctoras.

Los médicos, al parecer, se cansaron pronto de la “complicada y cansina” técnica de la estimulación de los genitales femeninos y empezaron a derivar a las pacientes a las comadronas, para que fueran ellas las que se encargaran y asunto resuelto. El problema era que ellas empezaron a cobrar el dinero que los doctores cobraban antes y eso, no les pareció tan bien. Como casi siempre, el lucro estimuló a las mentes pensantes y en el año 1870 apareció el primer vibrador, que con el tiempo se convirtió en aparato de uso doméstico y que reportaba una parte de beneficios a los doctores por cada unidad que vendían. Todos ellos contentos otra vez y colorín colorado la historia de por qué hemos de agradecer a las histéricas del mundo la llegada a nuestras vidas del Satisfyer se ha terminado.

Hysterical literature incorpora a los vibradores y a la histeria una tercera variable, la literatura. Dice el artista que de lo que se trata, es de someter al cuerpo y al cerebro a distracciones; la concentración de la lectura interfiriendo con la actividad vibratoria en los genitales y viceversa. Pero yendo más allá, me parece destacable la conexión que se propone entre placer y literatura.

Las editoriales afirman que el sector está en crisis y que cada vez se lee menos y yo me pregunto si no sería esta una solución para su resurgimientor: regalar un vibrador por la compra de uno o más libros y recomendar su uso mientras se lee. La clara intención sería que, cual perros de Paulov, relacionáramos la lectura con el placer.

Puede que, en opinión de Cubitt, esta estratagema no acabase de funcionar bien con el sexo masculino, pero ya que en las mujeres los aparatos en cuestión sí parecen tener el efecto deseado, que las historias que se cuentan en los libros y los vibradores nos lleven a todas al clímax más histérico, más eufórico y más desenfrenado.

http://hystericalliterature.com/8hfdwtgzbhjy3z9pxiw9k8pvx7jjfi

LA PROMISCUA

En 2019, Tinder estrenó una campaña bajo el leit motiv  #singlenotsorry; una reivindicación a disfrutar de la soltería, del sexo sin exclusividad ni compromiso. Hablamos por tanto de un público promiscuo teniendo en cuenta que, promiscuo o promiscua es aquel o aquella que tiene varias parejas sexuales.

El concepto en sí no era nada nuevo; de toda la vida de Dios se ha follado con alguien que has conocido por ahí, en un bar o en un evento cualquiera, con la intención de no ir más allá del polvo de una noche –o una mañana o una tarde–. Sin embargo, las fotografías que se escogieron para la publicidad en España –no en todos los países son las mismas– sí que llamaron mi atención.

En una se veía a dos chicas abrazadas y el lema era: Single para dejarme encontrar.

En otra había un chico y una chica, el uno frente al otro, con un fondo navideño. Ambos sostenían con la boca un extremo de cable azul –o una golosina parecida a un cable–. Era una clara referencia a la escena de La Dama y el Vagabundo en la que los dos perros comían espagueti del mismo plato y sus morros acababan chocado en un beso. Single para disfrutar cada momento.

En la siguiente había dos planos. Al fondo un chico y una chica, borrosos, bailando y delante de ellos, un chico sonriente, metido dentro de un carrito de supermercado y mirando a cámara. Single para hacer lo que quiera.

En la última, un chico sentado en la cornisa de un terrado, en el borde, al filo del vacío. La mirada directa a cámara, fija y desafiante. Single para jugar con mis propias reglas.

En sus fotografías, los hombres hacen gala de su independencia tanto con su pose, irónica y arrogante, como con el mensaje:  Hacer lo que quiera, Jugar con mis propias reglas… En las de las mujeres, ellas siempre aparecen acompañadas y en una actitud más amorosa y un texto con una tendencia más romántica: Disfrutar del momento, Dejarme encontrar...

En publicidad, ya se sabe, no hay nada gratuito y el significado de las imágenes era claro: a las mujeres, aunque juguemos a la promiscuidad, en el fondo nos va el rollo de aparejarnos.

¿Demasiado provocadora la imagen de una mujer diciendo que se acuesta con quién le da gana, que se juega con sus reglas y que se hace lo que ella quiere?

Unos meses más tarde hubo un vago intento de redención y se emparejó la foto de una chica con la frase acerca de jugar con reglas propias. Ella aparece sonriente, en compañía, de un chico, a quien abraza. Nada de desafío, todo muy acogedor, se ve a la legua que de sus reglas no saldrá nadie escaldado.

Yo creía que en el siglo XXI, la promiscuidad dejaría de ser sinónimo de comportamiento inapropiado en las mujeres, como desde siempre no lo ha sido en los hombres, pero campañas como la de Tinder me demuestran lo contrario.

Entre 2013 y 2016 la BBC Two emitió la serie “The fall”. La protagonista, la Detective Superintendente de Scotland Yard Stella Gibson, interpretada por Gillian Anderson, se traslada de Londres a Belfast para ayudar en un caso de asesinato. Desde el principio, su carácter fuerte y su posición de mando chocan con los recelos de sus compañeros hombres. Stella además se acuesta con compañeros, varios, con quienes no mantiene una relación estable y no se molesta en disimularlo. En un momento de la serie, uno de los mandos le recrimina su comportamiento. En una de las mejores escenas de la serie –temporada 1 episodio 3–, con la misma actitud que el chico de la cornisa de #singlenotsorry– Stella le responde:

Hombre folla a mujer. Sujeto hombre, verbo folla, objeto mujer. Eso está bien. Mujer folla a hombre. Sujeto mujer, verbo folla, objeto hombre. Eso no te gusta tanto, ¿no?

No. 

LA EGOÍSTA

Tengo cincuenta y siete años y no tengo ni hijos ni hijas porque nunca los he querido.

Cuando tenía veinte años no sabía que mi instinto maternal era inexistente. Pensaba: Bueno, ya veremos más adelante. 

En la treintena, mis amigas empezaron a quedarse embarazadas y mi necesidad de ser madre, esa que se supone que aflora en toda mujer en uno u otro momento, seguía desaparecida. Yo ya empezaba a sospechar. 

A los cuarenta, cuando ya se especulaba entre la familia y amistades que yo o mi pareja –y pongo el yo primero sabiendo lo que hago– no podíamos, lo verbalicé: No tengo hijos porque no me da la gana.

Y entonces vino lo peor: justificarme. Porque manifestar esa decisión, va siempre acompañada del deseo de conocer las razones por parte de los demás. Muy difícil de explicar o muy difícil de entender, porque mis motivos, en ningún caso tenían que ver con el bienestar del futuro ser, sino con el mío propio.

No tengo ganas de acabar viviendo la vida de mis hijos o hijas en lugar de la mía.

No quiero programar mi horario de trabajo, mis vacaciones o mis fines de semana en función de sus necesidades.

No quiero pasarme años  pagando calzado, ropa y carreras en detrimento de otras cosas que me interesen más a mí.

No dudo de que ser madre es una experiencia maravillosa para quien quiera vivirla, pero las hay que no lo queremos y punto. Me dicen que, al no haber sido madre, no puedo saber lo que se siente. Es verdad, de la misma manera que no sé si me hubiera encantado limpiar pescado en una pescadería o si saltar desde un avión con un paracaídas hubiera sido la experiencia más alucinante de mi vida. Mi argumento es el mismo: nunca lo he deseado. 

Ahora hay muchas más mujeres que declaran abiertamente no querer ser madres, pero la maternidad se sigue considerando como una etapa en la vida de una mujer y no es cierto; es una opción al igual que la de escoger a qué dedicarse o tener pareja o parejas o ninguna relación. 

En muchas ocasiones, durante esas charlas en las que yo exponía mis razones para no se madre, tuve que escuchar: Pero eso es ser un poco egoísta, ¿no?

¡Ay, el egoísmo! Qué poco nos pega a las mujeres pensar en nosotras mismas antes que en los demás, no sacrificar nuestros intereses, metas y tiempo en pos de nuestros padres y madres, hijos e hijas, parejas… 

En los años 90, Chanel sacó al mercado un perfume para hombres llamado Egoïste. Huele dulce y fresco, a fusión de flores y madera; a hierbas, frutas y especias. A rosa en su primer aroma para evolucionar hasta el sándalo y la vainilla que quedan flotando, como un oscuro velo ahumado. ¡Guau! ¿Verdad?

Me pregunto por qué Chanel no sacó el homónimo femenino y también, a qué olería de haber existido. En seguida me respondo que hubiera sido imposible, porque todo el mundo sabe que el egoísmo, en las mujeres, huele mal.

LA ESPECTADORA UNIFORME

Cuando, después de tres meses confinados en casa, pudimos volver al cine con todas las restricciones y reservas, allá por el mes de junio o julio de 2020 –ya no recuerdo exactamente con tanto ahora sí, ahora no–, en las pantallas de todas las salas se proyectaban y se siguen proyectando, anteriormente al pase de la película, una recomendaciones para observar correctamente las normas COVID dentro y fuera de la sala.

Hay varias imágenes, la que ilustra este escrito es la que se refiere a la salida de la sala manteniendo la distancia de seguridad. 

En la ilustración aparecen seis personas: cuatro hombres y dos mujeres. Por este lado ya nos estamos cargando la paridad, o la realidad, porque los indicadores estadísticos culturales vinculados al cine y desgloses por sexo de la División de Estadística y Estudios de la Secretaría General Técnica y Subsecretaría de Cultura y Deporte, dice que en en 2020 fueron al menos una vez al cine el 57,3 % de la población femenina y 58,4% de la población masculina. La ilustración no refleja esta realidad.

Si nos fijamos en los cuatro hombres veremos que tres tienen el cabello oscuro y uno claro, y que en los peinados de todos se aprecian ligeras diferencias. Lo mismo ocurre con la ropa, prendas diversas de colores y estilos distintos. También las posturas en las que esperan pacientemente su turno para salir de la sala hay variantes: brazos cruzados, estirados a ambos lados del cuerpo, con una botella en la mano lista para ser depositada en la papelera del plástico al salir…

Vamos ahora a por las mujeres: dos, mismo peinado, mismo color de pelo, mismo vestido aunque, menos mal, de diferente color. O mejor decir de diferente tono, porque el color también es el mismo: azul. Misma pose. Gemelas idénticas. A lo mejor el color de vestido cambia para que sus respectivas parejas no confundan a la una con la otra.

Porque esa es otra; de los cuatro hombres dos asisten acompañados y dos solos mientras que, las dos mujeres, van acompañadas y en los dos casos de un hombre.

Este cartel, insisto, se exhibe en las salas de cine en 2021.

No explico más. A buen/a entendedor/a pocos/as palabros/as bastan.